Dos grandes higueras adornaban un huerto. Una de ellas era bella, con su follaje bien formado y de hojas lustrosas; en cambio la otra se veía desaliñada con sus ramas desparramadas, evidenciando que los niños se subían a comer sus frutos y jugaban a las escondidas, siendo acogidos con ternura entre sus amarillentas hojas.
La hermosa se burlaba de la higuera tan deshojada y se jactaba de su belleza.
Un día con horror vieron al hortelano que llegó con un hacha. Miró a la destartalada higuera, la acarició ante la sorpresa de ambas, y con decisión comenzó a cortar al árbol que no daba frutos. Lo destrozó para transformarlo en leña, sacó las raíces y en su lugar plantó un pequeño ciruelo.
Moraleja:
De nada sirve la hermosura
Cuando es sólo vanidad
Pues todos aman la ternura
Cuando ésta es de verdad.
Desde hace tiempo el dicho está
Árbol que no da fruto talado será
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