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VER EL MUNDO EN BLANCO Y NEGRO Y ESCUCHAR CON El OÍDO LOS COLORES
La mayoría de fotógrafos consagrados aseguran que no hace falta salir del propio barrio para disfrutar plasmando tu propia mirada del mundo. La belleza está en todas partes.La fotografía es una de las artes contemporáneas , que igual que la pintura, la escultura o la música pretenden ser una forma de expresión del artista para expresar emociones, sentimientos y pensamientos. La fotografía es una manera de mirar. No es la mirada misma. “La fotografía es un medio muy complejo, te pide que digas cosas con un esparadrapo en la boca”….. Blog 20 nov 2011. EMAIL: joanotazu@gmail.com

TgnViva_12

TgnViva_12 by JoanOtazu
TgnViva_12, a photo by JoanOtazu on Flickr.

El Vendedor De Sombreros De Paja
(Basado en un cuento popular japonés).

En una pequeña choza de los alrededores de una aldea, cierta noche un matrimonio de ancianos se quejaba amargamente de su mala fortuna. Era un invierno muy crudo y las heladas habían arruinado los cultivos de su huerta.
- Pasaremos hambre y frío – se lamentaba el esposo.
- Quizá no debamos afligirnos tanto – lo consoló su esposa -. Aún me queda algo de paja con la que podré hacer unos sombreros para que los vendas en la aldea.
Aunque el anciano pensó que sería muy difícil que alguien los comprara, nada dijo. Habían vendido tantos sombreros de paja, que cada aldeano tenía uno para cada día de la semana. Pero su esposa había empezado la tarea con gran entusiasmo y, apenado, no quiso desalentarla.
La mujer trabajó dos días y dos noches sin cesar. A la mañana siguiente del tercer día tenía calambres en las manos y dolores en la espalda pero, finalmente, había terminado. Cinco sombreros de paja, bien hechos y resistentes, tenían ahora para vender. El hombre se calzó su propio y viejo sombrero y, despidiéndose de la esposa con un beso, se dirigió hacia el pueblo.
Recorrió sus calles de norte a sur y de este a oeste, voceando sin cesar: “¡Sombreros de paja! ¡Vendo sombreros de paja a muy buen precio!”.
Pero aunque pasaban las horas y se volvió ronco de tanto gritar, ni uno solo logró vender. Al caer la tarde, desalentado, se sentó en el banco de una plaza.
- Inútiles sombreros – dijo en voz alta -, nadie los quiere.
- A mí me vendrían muy bien – anunció una vocecita a sus espaldas -. ¿A cuánto los vendes?
El anciano giró la cabeza y descubrió a un pequeño tan pequeño, que apenas llegaba a la altura del banco.
- Depende – respondió el hombre, mientras observaba las vestimentas del niño, tan raídas y viejas como las que él mismo llevaba puestas. Lo miraba con ojos muy abiertos y tenía los cabellos empapados por la nieve que caía.
- ¿Cuánto puedes pagar?
- Espera, debo consultar a mis hermanos – dijo el pequeño y se zambulló entre unos arbustos.
A los pocos minutos reapareció, seguido por cinco chicos, cada uno dedillos más alto y de más edad que el que lo procedía en la hilera. El menor se acercó a él y extendió la mano, donde brillaba una única moneda.
- Es todo lo que tenemos. ¿Alcanza para comprar uno? – preguntó.
El anciano sonrió con tristeza. En muy poco lo ayudaría a él esa moneda pero, en cambio, muy útiles les serían a ellos los sombreros de paja.
- Guárdala – respondió -. Tú la necesitas más que yo. Y tomando sus sombreros, se los dio a los chicos. Con gran alegría se lo colocaron en la cabeza, pero pronto descubrieron un pequeño problema. Los sombreros eran cinco, y ellos, seis. Sin pensarlo dos veces, el anciano se sacó su propio sombrero y lo ofreció al más pequeño.
El mayor, entonces, se adelantó para decir:
- Desde que llegamos a esta aldea nadie, ni el más rico ni el más pobre, nos ha ofrecido siquiera una miga de pan duro. Pero tú, que tienes tan poco como nosotros, nos has dado hasta lo que no puedes dar.
Y haciéndole una graciosa reverencia, agregó:
- Vuelve a casa anciano. Tu mujer te espera con la cena.
El hombre los vio zambullirse entre los arbustos y emprendió el camino hacia su hogar. Ninguna cena lo esperaría a su regreso, pensó con tristeza. Pero al menos – se alegró – alguna utilidad habían tenido sus sombreros de paja. En cuanto abrió la puerta de la casa, profirió un grito. La mesa se hallaba servida con un banquete que ni en sus mejores sueños había visto. Carnes, pescados, pollos, verduras de todas las clases, pasteles, hogazas de pan, y frutas jugosas y maduras se hallaban dispuestos para quien quisiera comerlos.
Su esposa lo miró con el ceño fruncido y preguntó:
- Será mejor que me expliques de dónde sacaste el dinero para comprar todo esto.
El hombre, que no tenía la respuesta, sólo atinó a balbucear:
- De los sombreros de paja…
Mucho comieron esa noche, y la siguiente, y todos los días restantes de sus vidas. Y cada vez que la mujer preguntaba de dónde salía tanta abundancia, recibía la misma respuesta: de los sombreros de paja…
Nunca más supo el anciano de los seis hermanitos. Aunque, desde ese día, los aldeanos se preguntaban de dónde habrían salido esos duendecitos deceso que aparecieron entre los arbustos de la plaza, tan simpáticos y sonrientes con sus seis sombreros de paja.

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